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Matrix sin revoluciones

La Televisión por Cable es un servicio, un negocio y un vehículo de difusión de contenidos. Su irrupción en la Argentina a mediados de los años 60 y su inmediata expansión en los 80 en un arco reglado a las apuradas, puso sobre el tapete una realidad incontrastable: la necesidad de la sociedad de multiplicar sus vías de acceso a expresiones artísticas, culturales e informativas, antes limitada (en Buenos Aires) a cuatro canales de aire, más el Canal 2, que sólo se veía si la antena estaba bien orientada y el cielo aparecía diáfano. En las grandes ciudades 2 y el resto del país ninguno, sólo radio AM u onda corta.
Al igual que ocurrió con las frecuencias de radio, pero con menos marco legal aún, lo que emergió a la superficie fue un reclamo imperativo de formas alternativas de comunicación. Que, inscriptas en el contexto de un sistema capitalista, en el caso del cable, comenzó con una selectividad matemática: quien podía pagar el servicio, tenía más canales para ver. Tan simple como eso.
Cuando los operadores de cable entendieron que el negocio estaba centrado en el consumo masivo del producto que había nacido casi como una exclusividad de ciertos sectores, el coaxial se desparramó por todas las calles del país y una enorme cantidad de hogares quedaron en condiciones de acceder a esa propuesta.
En ese momento, estamos hablando de principios de los 90, la TV por cable fue verdaderamente democrática. Había grandes operadores, pero eran más de uno y competían en la oferta de contenidos y precios, aunque ya se insinuaba una cierta cartelización en el precio del abono. Pero el fenómeno verdaderamente revolucionario se producía en la provincia de Buenos Aires y, especialmente, en el interior del país, donde la necesidad de la multiplicidad de canales dio lugar al surgimiento de cables de 5.000 abonados, cooperativas, PYMES y pequeños empresarios puestos al servicio de esa iniciativa.
Junto con ellos, surgieron los canales locales, las pequeñas producciones, bajas en costos pero muy ricas en información y difusión. Los anónimos personajes que en cada barrio y en cada pueblo merecían su espacio comenzaron a tenerlo. La información cotidiana que quedaba excluida de los grandes diarios fue conocida por los verdaderos destinatarios de esos hechos, los vecinos a quienes les incidía en la vida. Y hubo también una estética humilde que propició, no obstante, el surgimiento de nuevos parámetros de comunicación. Paralelamente, se movilizó la industria y explotó el mercado laboral: periodistas, productores, camarógrafos, microfonistas y asistentes de producción, tuvieron una oportunidad para trabajar. Y muchos de ellos crecieron tanto que hoy son referentes nacional e internacionalmente del mundo de la TV.
En 1992, por situar una fecha caprichosamente, ya que en estos casos no hay un determinante exacto, esa historia comenzó a cambiar. Favorecidos por un poder económico producto de los ´90, es decir la concentración económica y los guiños hacia los fuertes “grupos empresarios”, los peces grandes comenzaron a fagocitar a los chicos. Léase: las grandes empresas de TV por cable, respaldadas por grupos empresarios dedicados a la mass-media, comenzaron a comprar los cables pequeños, y pagaron por ellos millones de dólares, fortunas incalculables e inverosímiles, inversiones difíciles de explicar desde la lógica economicista de corto plazo.
Los cables chicos desaparecieron, la globalización se instaló arrasando todo a su paso. Los medios vuelven a contar lo que ocurre a 10.000 kilómetros de distancia, y a omitir lo que le pasa al vecino de aquí a la vuelta. La pluralidad y multiplicidad se esfumó, y la experiencia más rica en materia de democracia comunicativa terminó sepultada por montañas de dólares. Hoy, una misma señal enciende un swicht en la Capital Federal e invade con los mismos contenidos a los hogares de La Quiaca y de Ushuaia, de Bahía Blanca y San Luis, de Chos Malal y Carmen de Patagones.
¿Hay espacio para volver a intentar una comunicación de aquella concepción, aún aceptando que el desorden conspiraba contra su evolución futura? Ciertamente no lo parece. Procesos similares se han producido o se están produciendo ya en otras latitudes de Latinoamérica. Y el surgimiento de los blog de internet parece ser la última trinchera contra ese aluvión. Para peor, no parece existir en esta Matrix el Keanu Reeves que interprete a Thomas A. Anderson convertido en “Neo”; el Elegido, capaz de romper la trampa. Y unir a los chicos.

Ruben S. Rodríguez

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