Editorial

Serás lo que debas ser

Una terrible contradicción aqueja desde hace años a la sociedad argentina. Es la contradicción de lo que realmente somos, y lo que querríamos ser. Pero esa contradicción lleva aparejada otra no menos grave: en ese gigantesco “súper yo” que tenemos los argentinos anida el germen de la catástrofe nacional, porque sabemos que no somos lo que nos gustaría, pero igualmente vivimos como si lo fuéramos. Así, se nos confunden todos los valores. Entramos en una espiral de confusión en la que cada uno actúa un papel que no le es propio, todo se subvierte y la desesperación por sostener un castillo de naipes, una realidad ficticia, nos conduce al abismo. Nos pasa como sociedad, es cierto. Y como la parte integra el todo, también nos pasa individualmente y como grupos de intereses. R&TA anticipa que este editorial será un mea culpa. De nosotros, los periodistas, para ser más precisos. Cierta vez, hace no mucho tiempo, un periodista que escribe sobre temas de actualidad nacional protagonizó una agria discusión con un juez de bajo perfil que había estado exiliado en España durante la dictadura. El magistrado le recriminaba por un artículo que, según su apreciación, había sido escrito con mala fe. La discusión subió de tono hasta que el juez disparó: “ustedes tienen buena imagen porque eso es lo que escriben en los diarios”. Al juez no le faltaba razón. Desde hace mucho tiempo, en el mundo -y la Argentina es parte del todo- la opinión pública ha desaparecido. Fue reemplazada solapadamente por la “opinión publicada”, la que moldean los medios y los periodistas formadores de opinión según los intereses que persigan o a los que respondan. Entonces, no todo lo que “parece que pasa”, efectivamente está pasando. Y, por contraposición, muchas cosas que sí están pasando, pareciera que no pasan simplemente porque no aparecen en los medios de comunicación: “nos mean y la prensa dice que está lloviendo”. El mecanismo es perverso, pero real. Cualquier lector agudo de los diarios o consumidor de los medios audiovisuales puede percatarse de ello a poco que camine por el mundo real. Se trata, nada menos, que de una “remake” en la vida real de la película Matrix: un mundo real sumergido y uno ficticio en la superficie. Sucede que cuando la crisis es tan grande como la que atraviesa la Argentina, el mundo real sumergido emerge y desplaza, mal que le pese a la Matrix, al ficticio. Esa puja entre lo real y la fantasía encuentra escollos en su camino. Y muchos de esos escollos son los periodistas y los medios de comunicación, que se resisten a enterarse de lo que realmente ocurre, porque saber qué pasa implica comprometerse para modificarlo, y eso exige un esfuerzo que pocos están dispuestos a asumir. Así, aunque lo intuyen, hacen de cuenta que la realidad es la que aparece en los medios de comunicación. Y si no aparece, seguramente es porque no ocurrió. Eso tiene un solo nombre: hipocresía. La Argentina enfrenta una crisis terminal que, contrariamente a los pronósticos apocalípticos que se escuchan a diario, representa antes que nada una oportunidad de cambiar, de mejorar. R&TA no comparte el slogan “que se vayan todos”. Mejor aún, sostiene que deben irse todos los que están de más, y eso debe decidirlo la soberanía popular; debe tener la chance de elegir que “se queden todos los que se tienen que quedar”. Con los medios de comunicación debe ocurrir lo mismo. El inconveniente es que, como decía aquel juez, los periodistas tienen buena imagen pública porque son ellos los que escriben los diarios. Y escriben que los periodistas tienen buena imagen. Como un perro que persigue su propia cola, la noria gira y gira, y nadie la detiene. Pesaba decir algo sobre la hipocresía de algunos periodistas y pedirle a los que no lo son que les saquen la careta, pero no hablemos solo de periodistas. Nuestro país no admite más mentiras por parte de nadie y la reforma tiene que venir del interior. Todo lo podrido se concentra: “Dios los cría y el viento los amontona”. Como habitantes de este país debemos hacer fuerza y aislar a quienes pretenden engañarnos.

Ruben S. Rodriguez