Editorial

El sueño de una radiodifusión libre,
cada vez más lejos

Cuando Enrique Santos Discépolo escribió “Cambalache” seguramente no sabía, no podía saber que estaba describiendo con proyección inextinguible una Argentina en la que nada es lo que parece y, menos aún, nada es como debe ser. Los argentinos estamos acostumbrados a que hacer lo que se debe sea una rareza. Y transgredir, en el peor sentido del término, sea considerada una “avivada criolla”. Millones de ejemplos hay de ciudadanos probos, honestos y responsables que puntualmente pagan sus impuestos y subvencionan a quienes los evaden y nadie persigue. Pero siempre hay un gobierno de turno que lanza “por última vez”, una moratoria con pingues beneficios para los morosos, y no les concede siquiera una palmada en la espalda a quienes siempre cumplieron. En la Argentina, habrá que reiterarlo una vez más, las cosas están subvertidas. El que delinque, el que obra mal, el deshonesto, siempre tendrá un premio. El que juega con las reglas del juego que impone la ley nunca tiene reconocimiento. La radiodifusión, como actividad inserta en el marco de lo que es la Argentina “moderna”, no escapa a estas generalidades. Así, mientras hay quienes invierten dinero, asumen riesgos, comprometen su patrimonio (y su descanso, y el tiempo que pasan con sus familias, y abonan una úlcera, y se stressan) se lanzan a la mar a pescar, los “vivos” asaltan un acuario o pescan en una pileta. Traducción: los radiodifusores que decidieron inscribirse bajo las normas que establecieron las autoridades en materia de Comunicaciones para legalizar definitivamente sus situaciones y acceder en el marco de la ley a una frecuencia de radio, son hoy -en su gran mayoría- objeto de sanciones y presiones. Es fácil: son fáciles de detectar, demostraron una manifiesta voluntad de cumplir con la ley y apuestan a la legalidad porque en ese sistema aspiran a vivir, en igualdad de condiciones y posibilidades para todos. Eso, al fin y al cabo, es la República, tal como la entendieron Platón y Montesquieu. Pero cuando el Estado sale blandiendo el garrote contra los que juegan dentro de la ley, los que la infringen festejan. Porque a ellos no les llega el castigo, la presión, las sanciones. Porque ellos están “fuera de la ley”. Y nadie se preocupa por borrarlos de un plumazo del espectro radiofónico, tal como el poder de policía que tienen los organismos competentes habilita, permite y exige. Están infinitamente más tranquilos y ganan muchísimo más dinero los que nunca escucharon hablar del Comité Federal de Radiodifusión que los que respetaron todas y cada una de sus disposiciones, siempre se anotaron en cuanto registro se abriera para obtener licencias legales. La burocracia, los complicados pliegues judiciales y prácticas con un insoportable tufillo a corrupción premian a los pecadores y castigan a los justos. El resultado final, obviamente, no puede ser otro que el caos. La democracia es un sistema de vida complejo, traumático, por momentos asfixiante y casi siempre incapaz de conformar a todos. Pero es el sistema que los argentinos hemos elegido para vivir. Entonces, con las reglas del juego que el sistema establece, hay que jugar sin dobleces. Si en un partido de fútbol un equipo se somete a un reglamento y el adversario juega sin reglamento alguno, es más que evidente que no hay justicia, y que uno de los dos resultará indefectiblemente perjudicado. Es probable, incluso, que el que respeta las reglas se rebele y decida también él apartarse de la ley. Ese camino conduce, en un sendero de ida y sin retorno posible, a la anarquía. ¿Por qué siguen triunfando los que violan la ley? La primera respuesta es obvia: hace decenas de años que no se entrega una licencia de televisión y las de FM y AM apenas ahora comienzan a salir, y en cuentagotas. Ya no se entregan más licencia para cableoperadores y realizar un trámite cualquiera insume más tiempo que el que cualquier ser humano tolerante está en condiciones de soportar. Esas explicaciones, sumadas a la elefantiásica forma de trabajar que tiene desde siempre la burocracia estatal, es el mejor caldo de cultivo para esquivar el camino y llegar por el atajo. No importa que para ello se pisen las flores, se talen árboles, se contaminen ríos, se deprede el ecosistema, se maten especies en vías de extinción, se interfiera el espectro. El atajo es para los inescrupulosos. Y lamentablemente, los inescrupulosos tienen más “éxito” en sus objetivos que los que se someten a la majestad de la ley. Termina 2002 y el balance es negativo. Los medios de comunicación son hoy menos libres, menos transparentes, menos democráticos, menos competentes y están cada vez más lejos de la gente. El sueño de una radiodifusión libre, que nos sirva a todos, está cada vez más lejos.

Ruben Rodriguez