Editorial

Los periodistas de la guerra fueron víctimas por la verdad

En el editorial del número anterior afirmábamos que en una guerra, la primera víctima es la verdad. Sin desmentir aquel postulado, hoy lo completamos: la segunda víctima son los periodistas que pretenden mantener viva a la verdad. Nunca antes un conflicto bélico tan corto como la invasión de Estados Unidos contra Irak dejó tantos periodistas muertos, una quincena de profesionales de prensa cayeron bajo el fuego. Decir estas cosas en el marco de una guerra de ocupación no es políticamente correcto para una operación militar maquillada de justa, pero sin el aval de las Naciones Unidas y repudiada en todo el mundo por millones de ciudadanos de todas las nacionalidades. La verdad, para ciertos regímenes que se tildan de democráticos mas lo son sólo en lo formal, es subversiva. Sin embargo también en esos escenarios la verdad se puede maquillar. Para la prensa oficialista de la guerra, la invasión a Irak es justa, pero la ejecución de tres cubanos que habían secuestrado una lancha de pasajeros con 50 rehenes a bordo con la intención de alcanzar las costas de Estados Unidos (propósito que no consiguieron sólo porque se quedaron sin combustible) es un crimen contra la humanidad o la de condenar a prisión a periodistas por escribir contra el régimen, es no respetar los derechos humanos. Curioso concepto. Desde estas páginas, y para que quede absolutamente claro, REPUDIAMOS LA PENA DE MUERTE cualquiera sea el país que la aplique. En Cuba, sí, pero también en Estados Unidos, donde está contemplada en la Constitución en cuyo espejo se mira la carta magna argentina, y especialmente en Texas, el estado del que fue gobernador hasta hace poco más de dos años el presidente estadounidense, George W. Bush. Texas tiene un récord mundial de ejecuciones mediante la aplicación de inyecciones letales en la cárcel de Huntsville. Con el agravante que buena parte de los ejecutados son negros o latinos, que claman por su inocencia hasta segundos antes de que la aguja penetre en sus brazos para descargar su líquido de muerte. Ellos también aducen que sus juicios no fueron justos, que no tuvieron garantías de defensa ni jueces imparciales. Pero nadie los escucha, y ninguna voz se alza a nivel internacional para condenar esos crímenes. Contra Cuba, en cambio, existen miles de voces de repudio. Otra vez, una muerte no es igual que la otra: cuando mata Bush, hace Justicia; cuando mata Fidel Castro, es un asesino. Los dos son asesinos la diferencia esta en que el pueblo norteamericano puede reparar su error en las próximas elecciones. ¿Cómo se entronca ese complejo panorama internacional con la situación de la prensa en la Argentina? Como también hemos afirmado en editoriales anteriores, la libertad de prensa en nuestro país tiene «la manzana rodeada» por conglomerados corporativos, grandes grupos económicos que concentran la propiedad de los medios, intereses espurios -económicos y políticos- y una deliberada intención de que la realidad se conforme sólo con lo que los medios de comunicación dicen que pasa, mas no necesariamente con lo que efectivamente pasa (no olvidemos Malvinas). ¿Existe algún remedio contra ese escenario? Aunque no lo parezca, una de las herramientas para romper ese círculo vicioso y perverso estará en la mano de cada argentino que el domingo 27 de abril concurrirá a elegir a un nuevo presidente. Por eso, no parece casual que exista un marcado desinterés por las elecciones, ya que si bien es cierto que ningún candidato genera entusiasmo ni mucho menos despierta pasiones, también lo es que desde los medios de comunicación se difunde un mensaje simplista, plagado de pirotecnia verbal vacía, pero sin sustancia ni contenido de propuestas. Los argentinos sabemos qué le critica un candidato a otro, pero no sabemos qué hará cualquiera de esos candidatos si resulta elegido. Otra vez, la trampa de los medios. Muchos argentinos están pensando en darle la espalda a las elecciones. No votar, o impugnar el sufragio colocando una feta de mortadela en el sobre puede parecer una decisión simpática y hasta graciosa. Pero no hay lugar para ese tipo de humor cuando lo que se está decidiendo es un modelo de país en el que debería (conjúguese el verbo en potencial deseable) reaparecer la verdad como valor absoluto. Mal, muy mal haríamos en desentendernos de nuestro compromiso con el país. Pruebas al canto, ya nada queda de aquel reclamo casi epopéyico del «que se vayan todos». Hoy, mansamente, parecemos haber aceptado el cambio de aquel slogan que parecía un grito de guerra, por el «que sigan los de siempre». Los periodistas, los responsables de medios de comunicación bienintencionados y comprometidos con los valores democráticos entendidos en su más amplia acepción, tenemos la obligación de convocar al voto. Y a la militancia activa no ya por un partido político o por un gobierno, sino por los derechos civiles, entre ellos el derecho a estar informados, a saber lo que pasa y por qué pasa, a contar con educación e instrucción suficiente para razonar, corregir, cambiar, obligar al cambio y decidir. Quienes resulten electos en las próximas elecciones serán nuestros empleados, cobrarán sus sueldos gracias a los impuestos que pagamos y deberán rendirnos cuentas por sus actos. Sólo así los ciudadanos podremos ungir nuevamente a la verdad como valor supremo y a la democracia como sistema irrenunciable. La democracia real, porque de la formal ya estamos hartos. Y es bueno que lo sepamos, que tomemos conciencia de ello, de una vez y por todas >

Ruben S. Rodriguez | Editor ruben@rt-a.com