Editorial :: edición N° 84 :: agosto de 2003

Los editores de medios de comunicación tenemos frente a la sociedad una responsabilidad mayúscula que no siempre honramos. Los medios -se ha dicho hasta el hartazgo en estas páginas- son vehículos de cultura, entendida en el más amplio sentido del término. Un espectro que va desde la información hasta la formación, pasando por el entretenimiento y la instrucción, la docencia y el pasatismo. Los periodistas (los editores lo somos antes que cualquier otra característica personal o seña particular) deberíamos tener sólo dos compromisos: con la verdad y con nuestros lectores. Decimos «deberíamos» porque precisamente ese factor, que es el centro de la «responsabilidad» a la que aludíamos en las primeras líneas, es el que a menudo falla. Este editorial no busca lamerse en público las miserias privadas. Hay cuestiones que a menudo obligan a transigir con determinados postulados; no nos gustan, pero muchas veces no hay otro remedio para asegurar la existencia de un medio como tal. Pero también en ese escenario ciertamente patético que describimos, hay límites muy claros que ineludiblemente todo periodista que, además, se precie de ser una persona de bien, debe respetar. Una cosa es achicar el cuerpo de letra de un artículo para que ingrese el aviso publicitario contratado a último momento, y otra muy distinta es omitir una información porque ese aviso publicitario presiona, a través del poder económico, para que determinada información no sea difundida. En el primer caso, el periodista resigna en parte lo que considera que es la forma perfecta de trabajar. En el segundo, directamente traiciona los principios que seguramente abrazó cuando decidió meterse en esta profesión. R&TA ha tenido, muchas veces, que hacer concesiones como las primeras, pero NUNCA -se nos infla el pecho al declamarlo- de las segundas. Por eso este medio goza, en el ambiente específico en el que se mueve, de prestigio. Que no es lo mismo que «fama». Guido Suller es famoso; Alfredo Alcón es prestigioso. Se comprende la diferencia? Seguramente sí. Fieles a los dos compromisos asumidos desde el parto de R&TA, con la verdad y con nuestros lectores, quienes hacemos esta publicación estamos convencidos de que saberlo nosotros y que lo reconozcan nuestro público y anunciantes no es suficiente. En los nuevos tiempos que empezamos a transitar, digámoslo claramente, no alcanza con «ser» honesto y veraz. Tampoco es cierto que, como decían nuestras abuelas, haya que «ser y parecer». Aún así no alcanza. En los nuevos tiempos que corren hay que «ser», «parecer» y fundamentalmente, «demostrar». Todo el tiempo. Acaso el sustantivo de la nueva etapa que pretende transitar la Argentina sea «transparencia». Para volver a creer y creernos, todo lo que ocurra deberá ser cristalino, diáfano, sin sombras perversas que conviden a la duda. Por eso, R&TA ha tomado una de las decisiones más trascendentes desde que fue fundada: a partir de este número, su llegada real a los lectores será auditada puntillosamente por el Instituto Verificador de Circulación (IVC), la entidad que fiscaliza la circulación de las publicaciones lejos de cualquier sospecha de maniobra corporativa o mendacidad. Por qué lo hicimos? Porque la transparencia, la verdad, la honestidad y las certezas que deben ofrecer los medios de comunicación deben convertirse, según nos parece, en la primera trinchera en la guerra contra los fantasmas del pasado. Esos que hicieron que ante el mundo seamos considerados poco serios, chantas, irresponsables, mentirosos. Un representante del Fondo Monetario Internacional analizó recientemente a los argentinos: «no les gusta trabajar, rehuyen del esfuerzo, no cumplen con lo que prometen, piden dinero prestado, no lo devuelven y lo festejan. Se quejan de todo y la culpa siempre la tiene el otro». Cierto es que ninguna autoridad moral tiene el FMI para juzgar a los argentinos sin previamente hacer un análisis autocrítico. Tan cierto como la definición que dio ese funcionario sobre los argentinos. Krishnamurti decía que «la principal revolución es revolucionarse». Menos eruditos e inspirados, decimos nosotros que se acabó el tiempo de esperar ejemplos y llegó el tiempo de darlos. De ir, como dice el cubano Vicente Feliú, «rompiendo el monte en cueros y en el puño un corazón, poniendo en punta el carro en donde monta el porvenir». Por eso lo hicimos. Para que nuestros lectores sepan qué es lo que están leyendo. Para que nuestros anunciantes sepan dónde están invirtiendo. Para que la verdad no deje espacio a las dudas y se convierta en un bien de todos, en lugar de la trasgresión de unos pocos.  

Ruben S. Rodriguez | Editor ruben@rt-a.com