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Grandes medios de distracción masiva

En épocas invernales los argentinos adoptamos como costumbre hablar de la “sensación térmica”. Nadie entiende bien de qué se trata, pero cuando un locutor anuncia que la temperatura es de cuatro grados y la sensación térmica de uno bajo cero, instintivamente sentimos que hace más frío que el que en realidad hace. En esa suerte de “realidad virtual”, lo que “parece” termina siendo más importante -y condicionante- que lo que en realidad “es”.
Nadie sabe, a ciencia cierta, si la sensación térmica se mide con termómetro. Desconocemos, en realidad, cómo se mide. Pero lo cierto es que genera una sensación superficial que anula la capacidad de razonamiento y termina haciendo creer que lo que perciben nuestros sentidos no debe ser cierto.
En una sociedad en la que pensar distinto -y manifestarlo- convida a segregaciones, discriminaciones y ligeras calificaciones de “locura”, los seres humanos “normales”, los “cuerdos”, prefieren sumarse a la manada, sentir más frío del que realmente hace y conformarse con ese convencionalismo para no quedar desfasado de la tendencia dominante. Con la opinión pública pasa, mas o menos, lo mismo. Como ya lo hemos señalado en repetidas oportunidades, ha dejado de existir.
Mansa y resignadamente dejó paso a la “opinión publicada”, una versión adaptada de la “sensación térmica”, de la realidad virtual, de la tendencia dominante a la que pocos discuten -y mucho menos debaten- generalmente por temor a pasar por “loco”.
Contradecir, nadar contra la corriente, enfrentar la marea, siempre estuvo mal visto en las “sanas” sociedades desde tiempos inmemoriales. Que lo desmienta Galileo Galilei, si la cicuta se lo permite, pese a su “y sin embargo se mueve”.
Los medios de comunicación somos cómplices de ambas situaciones. De la instauración de una suerte de dictadura de la realidad virtual y del ostracismo al que terminan condenados los pocos que se animan a plantar una visión distinta de esa sensación térmica.
¿La Argentina de hoy es más insegura que la de hace cinco o diez años? Las estadísticas de los organismos oficiales indican que la cantidad de delitos se incrementó proporcionalmente al crecimiento de la población, esto es un porcentaje casi invariable en la relación cantidad de personas contra cantidad de delitos.
¿Esto quiere decir que Buenos Aires y el Conurbano son regiones seguras? No, en absoluto. Son tan inseguras como antes, sólo que antes la sensación térmica indicaba que hacía menos frío, y ahora que hace más.
¿Qué pasó con los balcones de la ciudad de Buenos Aires, que se caían a razón de uno o dos por día hace apenas unos meses? El gobierno de la Capital, hasta donde sabemos, no ha lanzado un masivo plan de reparación y reconstrucción de balcones. Lo que ocurre es que cuando se puso de moda hablar de balcones que se caían, una gotera de una maceta excesivamente regada o un pequeño desprendimiento de mampostería era una tragedia. Hoy, la información pasa por otros carriles.
¿Los secuestros extorsivos con ese indubitable “tufillo” de participación de policías o ex policías son una tendencia nueva? A ver: a Mauricio Macri, a comienzos de los ‘90, lo secuestró la “banda de los Comisarios”; en los ‘80 los apellidos Sivak, Naum, Meller, Ospital, aparecían en los medios de comunicación a diario porque se trataba de víctimas de secuestros. En 1973 y 1974, el programa de televisión Jacinta Pichimahuida cambió abruptamente su temática: un día había sido secuestrada Etelvina Baldasarre, potenciando la psicosis generada por la ola de raptos -muchos de ellos de matriz política- que sacudía a la sociedad. Al día siguiente apareció Rolo Puente cantando, con una guitarra y en el papel de profesor de música: “me va muy bien, muy bien, la vida me trata muy bien, muy bien”. Un poeta, propiamente.
Se trata sólo de algunos ejemplos. Hay decenas más.  Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde se pelean hoy tanto como ayer lo hacían Fernando De la Rúa y Carlos “Chacho” Alvarez, y antes de ayer, el propio Duhalde y Carlos Menem. Daniel Scioli tiene tan poco peso desde la presidencia como Víctor Martínez con Alfonsín y Carlos Ruckauf con Menem. La Corte Suprema, que antes tenía mayoría automática en sintonía con Menem, ahora cambió los nombres y saca fallos insólitos que hacen sonreír al Presidente. Y la que nos importa, está suspendido el llamado a concurso para la entrega de licencias hasta tanto se modifique el artículo 45, como cuando Alfonsín suspendió el plan ARA y nacieron las primeras FM de baja potencia.
Hay una línea imaginaria que une la realidad informativa del país. En resumidas cuentas, siempre pasa más o menos lo mismo, cambiando los actores y algunos escenarios. Una y otra vez, las escenas se repiten y los medios masivos de comunicación los ponen y los sacan de la opinión pública, con una desvergonzada manipulación de la realidad. Imponen la “sensación térmica” por sobre la temperatura, la realidad virtual por sobre la real. Y, para colmo de males, lo que hoy es escándalo mañana lisa y llanamente desaparece, se olvida, carece absolutamente de importancia.
A R&TA le consta que en la prensa argentina hay notables periodistas, honestos intelectualmente y verdaderamente independientes, que cada día intentan cumplir lo más fiel y acabadamente con su misión de informar con la verdad, respetando el compromiso con el público.
Pero una cosa son los periodistas, aún los que ocupan cargos jerárquicos, y otra muy distinta son los medios. A los buenos periodistas -también los hay de los otros- sólo los mueve la pasión por la información. En los medios, eso no está tan claro. Más bien, está bastante oscuro.
En la Argentina de la debacle, la de finales de 2001 y todo 2002, la sociedad -movida por discutibles razones, probablemente bastardas en origen- exigió y forzó cambios al son del “que se vayan todos”. La emprendió con la clase política, con el poder económico, con los bancos, con la Justicia. Nunca, sin embargo, avanzó contra los medios de comunicación.
¿Por qué los medios estuvieron a salvo de ese gigantesco reclamo popular?
La respuesta es sencilla: porque los medios de comunicación son los que, en definitiva, le dicen a la sociedad -que lo acepta con mansedumbre y resignación- qué es lo que debe pensar y discutir en las mesas de café y las oficinas.
Una sociedad inmadura, incapaz de pensar por sí misma, y sin la ayuda de medios de comunicación verdaderamente independientes y democráticos, estará irremediablemente condenada a sufrir la sensación térmica en lugar de percibir la temperatura. A vivir, en definitiva, sojuzgada por la realidad virtual.

Ruben S. Rodríguez

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